Al caer la tarde, el cielo se oscureció mientras el mar agitado rugía con fuerza, mientras, siete personas desembarcaban en una isla. Allí, había una casa inmensa y abandonada. Hacía muchos años había vivido el señor Darrow, un alquimista al que en el pueblo acusaban de loco. La gente rumoreaba que murió y su espíritu seguía en la isla para vengarse. La mansión era lúgubre y oscura. Cuando los invitados entraron, sintieron un escalofrío que les recorrió la espalda. Las paredes estaban húmedas y mohosas; las ventanas tenían cristales rotos por los que se colaba la niebla. El suelo crujía y un olor desagradable estaba por toda la casa. Todos tenían mucho miedo, pero querían la herencia por la que habían venido. Al acercarse la medianoche, una campana sonó desde la más alto de la mansión. En ese instante, la señorita Claythorne quedó inmóvil. Su piel se endureció hasta quedarse como una piedra. En sus ojos se reflejaba el miedo. Y, uno a uno, los demás invitados también se petrificaron al sonar la campana. Cuando la campana sonaba, aparecían en el jardín, rodeado de esculturas. Entonces, entre la niebla, apareció el fantasma de Darrow. Su voz profunda resonó en las paredes: nunca perdonó que le llamaran loco y, ahora, se había vengado. (MM – 1º ESO F – 2025) |
jueves, 18 de diciembre de 2025
El eco de las campanas
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